La suya podría haber sido una vida de tango, de esas difíciles y enmarcadas en un escenario tan propio como los arrabales bonaerenses, a ritmo de los acordes de cualquier partitura de Le Pera. Sin embargo, Jaime Nipomnische (verdadero apellido de Jaime Jaimes) tomó la decisión de quedarse con lo mejor de la ciudad que lo acogió cuando sus padres –una pareja de rusos judíos que emigraron a Argentina– se trasladaron allí con él en 1934, a la tierna edad de tres años, desde Basavilbaso, el pueblo donde nació.

Para nuestro protagonista, confeso nostálgico –como buen heredero del alma eslava de sus antepasados–, Buenos Aires forma parte de su propio ADN, hasta el extremo de reconocer: “Soy profundamente argentino. Porque allá había una búsqueda de la personalidad profunda, que no es la del tango, ni la de los tipos que hablan de fútbol, ni la de quienes traman artimañas… Buenos Aires tiene un olor especial, y siempre que he regresado me ha vuelto a atrapar. Me produce una especie de regocijo que también he sentido cuando, viviendo en cualquier otro lugar del mundo, me he encontrado con alguien de mi país”.

La ciudad porteña es, en la intrahistoria infantil de Jaime Jaimes, sinónimo de juegos en la calle, de un hogar de una sola habitación en la que convivía con su familia; de una madre que aprendió a hablar español escuchando melodramas en la radio; del niño que, con ocho años, se buscaba la vida para poderse pagar una entrada de cine, o que leía incansablemente… y soñaba con un futuro mejor. Con el tiempo, Buenos Aires se transformó para el adolescente Nipomnische en un lugar que ya no le era propio, tal como recuerda hoy: “A los 14 años, acabado primero de secundaria, me cansé de mi casa, de la opresión, de la ignorancia… Me sentía en un guión y un escenario que no eran los míos. Y decidí fugarme a Norteamérica como polizón”. Pero esa –como diría Rudyard Kipling– es otra historia que acabará, cosas del caprichoso destino, de nuevo en Buenos Aires. Vivencias insospechadas las que le reserva su ciudad y que marcan su porvenir con 18 años: un anuncio en la puerta de un teatro que ofrece clases de interpretación, descubrimiento de la que será su mayor vocación, convertirse en profesor de actores.

Y de nuevo, la huida hacia un destino, París, en apariencia mucho más acorde con el camino elegido. Aunque, ¿puede haber una ciudad europea más parecida a Buenos Aires? Pero, como cantaba Gardel, “siempre se vuelve al primer amor”; y, siguiendo la letra del tango, Jaime Jaimes regresó diez años después a Buenos Aires, vestido con ropa vintage, un baúl lleno de libros y la ilusión de formar parte de la cultura efervescente que le ofrecía la ciudad porteña, pintando y poniendo en marcha su propia escuela para actores –el Teatro de la Alianza Francesa–. “Fue precioso vivir aquellos momentos en los que la creación bullía: exposiciones, espacios escénicos independientes, librerías… Todo el mundo quería estar allí”, recuerda Nipomnische. “Y aunque haya pasado el tiempo, no haya vuelto a vivir allí, y yo no escuche tangos ni beba mate a todas horas, Buenos Aires siempre estará presente en mi corazón”.