Hacía falta amar profundamente el teatro para abandonar una ciudad como París, donde se reconocía su trabajo y disponía de infinitos estímulos culturales, y marchar a miles de kilómetros, a California, en busca de nuevos retos escénicos, sin ahorros… ni la más mínima idea de inglés. Pero Jaime Jaimes sentía que la Ciudad de la Luz había cumplido ya su misión en su particular intrahistoria. Era hora de emprender el vuelo.
La casualidad hizo que, en un viaje a la isla de Martinica, conociera al cónsul norteamericano, que le sugirió algo muy tentador: teniendo en cuenta su background europeo, ¿por qué no organizar alguna iniciativa teatral para los latinos de Los Ángeles, que comenzaban a ser una minoría cada vez más numerosa? Nipomnische no se lo pensó dos veces y, en 1978, se embarcó en esa nueva aventura vital. Hollywood era sinónimo de fiestas, glamour y muchos excesos; sin embargo, nada de esto encajaba con la manera de pensar de Jaimes, más preocupado por la creación y por su mundo interior que por la superficialidad de ese ambiente, donde lo importante era aparentar. “Vivía ajeno a todo eso. Lo mío era el teatro, y mi pasión por él me llevaba a tomar decisiones como hacer las maletas y lanzarme a la pileta. No tenía miedo a nada, era un inconsciente”, confiesa con una sonrisa.
Ya en California, entró en contacto con los directores de la emisora KPFK (Pacific Public Radio) y de Los Angeles Actors Theatre, una sala donde pudo montar su propia compañía, el Teatro de la Unidad. Muchas horas de trabajo con los chicos adscritos a ella; mucho esfuerzo por parte de un creador que se hacía entender con dificultad. Sin embargo, logró cumplir su sueño: una escuela de interpretación bilingüe donde se montaban obras, primero en inglés, luego en español, y que se repetían en la radio, adecuándolas al lenguaje de las ondas. Teatro comprometido con el ser humano, como es habitual en su trayectoria, el que programó en sus años angelinos. Autores como Fernando Arrabal, José Triana, Pablo de Carbalho, Mario Diament o el mismísimo Federico García Lorca; textos como Historia de un secuestro, El triciclo o La noche de los asesinos. Y el reconocimiento de la crítica, que le concedió importantes galardones.
Teatro, teatro y más teatro… Era del día a día de Jaime en Los Ángeles, lugar en el que, para ser sinceros, nunca se sintió a gusto. “Ser latino allí era ser ciudadano de tercera, y el desconocimiento del idioma tampoco ayudaba”, recuerda. Por suerte, la ciudad le trajo a una de las personas más importantes de su vida: Marabina Dávila, una joven norteamericana de origen latino que quería estudiar interpretación junto a él y que se convertiría en su segunda esposa. Ella fue la conexión de Nipomnische con el mundo exterior. Por eso, cuando pasados 13 años, el matrimonio se rompió, él se replanteó permanecer en la ciudad: “Después de estar tantos años en Los Ángeles, casi no conocía nada ni a nadie. ¿Qué hacía allí? Me sentía un meteque, un desubicado”.
Sin embargo, Jaimes continuó hasta 1993 en Estados Unidos, donde consiguió la nacionalidad. Durante cinco años, había desarrollado en Los Ángeles su creatividad; después, la necesidad de pensar en su vejez hizo que abandonara toda labor teatral para dedicarse a algo totalmente ajeno: “Durante los últimos ocho años, no hice más que vender publicidad… Fue un vacío creativo total. ¡Ni siquiera pintaba! Pero, como esa es la tierra de las oportunidades, creé mi propia agencia, ahorré y coticé el dinero preciso para jubilarme”. Al llegar ese momento, el inquieto Jaime Nipomnische sintió en el alma que era hora de coger sus libros, sus cuadros, sus vivencias y regresar a la ciudad donde había visto nacer su verdadera pasión por la escena: París, el lugar donde descansar de su larguísima aventura.